SAN PADRE PIO
Canción del Padre Pio
San Pío de Pietrelcina entró en los Capuchinos
con 15 años de edad. Ordenado el 10 de agosto de 1910. n PiAsignado a San
Giovanni Rotondo en 1916, vivió allí hasta su muerte.Recibió los estigmas: 20
de septiembre, 1918. Los llevó por 50 años.Entró en la Vida Eterna: 23 de septiembre,
1968.Beatificado por el Papa Juan Pablo II el 2 de mayo de 1999. Canonizado por
el Papa Juan Pablo II el 16 de junio del 2002. "Solo quiero ser un fraile
que reza...” “Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios
es misericordioso y escuchará tu oración... La oración es la mejor arma que
tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con
tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes
hablarle solo con el corazón...” -Padre Pío El Padre Pío es uno de los más
grandes místicos de nuestro tiempo, amado en todo el mundo. Nos enseñó a vivir
un amor radical al corazón de Jesús y a su Iglesia. Su vida era oración,
sacrificio y pobreza. Alcanzó una profunda unión con Dios. Famoso confesor. El
Padre Pío pasaba hasta 16 horas diarias en el confesionario. Algunos debían
esperar dos semanas para lograr confesarse con él, porque el Señor les hacía
ver por medio de este sencillo sacerdote la verdad del evangelio. Su vida se
centraba en torno a la Eucaristía. Sus misas conmovían a los fieles por su
profunda devoción. Poseía una ferviente devoción por la Virgen María.
DONES EXTRAORDINARIOS:
Discernimiento extraordinario: la capacidad de leer los
corazones y las conciencias. Profecía: pudo anunciar eventos del futuro.
Curación: curas milagrosas por el poder de la oración. Bilocación: estar en dos
lugares al mismo tiempo. Perfume: la sangre de sus estigmas tenía fragancia de
flores. Llegaban a verle multitud de peregrinos y además recibía muchas cartas
pidiendo oración y consejo. Los médicos que observaron los estigmas del Padre
Pío no pudieron hacer cicatrizar sus llagas ni dar explicación de ellas.
Calcularon que perdía una copa de sangre diaria, pero sus llagas nunca se
infectaron. El Padre Pío decía que eran un regalo de Dios y una oportunidad
para luchar por ser más y más como Jesucristo Crucificado. Su beatificación fue
la de mayor asistencia en la historia. La plaza de San Pedro y sus alrededores
no pudieron contener la multitud que asistió a su beatificación. El Padre Pío
es un poderoso intercesor. Los milagros se siguen multiplicando.
BIOGRAFÍA
Infancia
Francisco Forgione (San Padre Pío) nació en el seno de una
humilde y religiosa familia, el Miércoles 25 de mayo de 1887 a las 5 de la
tarde, hora en que las campanas de la Iglesia sonaban para llamar a todos los
fieles a honrar a la Virgen Santísima en su mes. El Beato Padre Pío nació en
una pequeña aldea del Sur de Italia, llamada Pietrelcina, una pequeña villa en
la provincia de Benevento, Italia. Sus padres, Horacio Forgione y María
Giuseppa de Nunzio Forgione, ambos agricultores, encomendaron la protección de
su recién nacido a San Francisco de Asís, por esta razón le bautizaron con el
nombre de Francisco al día siguiente de su nacimiento. El Padre Pío, cuando era
aún un bebé, lloraba desconsoladamente al grado que su padre no lograba
descansar por la noche de lo fuerte y constante de su llanto, su padre decía
que “al bebé nunca se le acababa el aire”. Una vez que se encontraba con su
papá a solas en casa, este no pudo consolarle para que parara de llorar y lo
arrojó en la cama exclamando: “Parece que el diablo hubiese nacido en mi casa”.
Relata el Padre Pío que desde ese preciso momento, nunca más volvió a llorar
así. La familia Forgione vivía en el sector más pobre de Pietrelcina. Francisco
fue pobre, pero como él mismo diría más adelante, nunca careció de nada... Los valores eran diferentesen aquella
época; un niño se consideraba dichoso si tenía lo básico para vivir. Fue un
niño muy sensible y espiritual.
Inicio de sus experiencias extraordinarias
Su vida transcurrió en los alrededores de la Iglesia Santa
María de los Ángeles, que podríamos decir fue como su "hogar". Aquí
fue bautizado, hizo su Primera Comunión, su Confirmación, y precisamente aquí,
a los cinco años de edad, tuvo una aparición del Sagrado Corazón de Jesús. El
Señor posó Su mano sobre la cabeza de Francisco y este prometió a San Francisco
que sería un fiel seguidor suyo. El curso de su vida y su vocación quedaría
desde ese momento sellado. Padre Pío se ofrece a tan corta edad como víctima.
Este año marcaría la vida de Francisco para siempre; empieza a tener
apariciones de la Santísima Virgen, que continuarían por el resto de su vida.
También tenía trato familiar con su ángel guardián, con el que tuvo la gracia
de comunicarse toda su vida y el cual sirvió grandemente en la misión que él recibiría
de Dios. Es también a esta edad que los demonios comenzaron a torturarlo. El
niño acostumbraba a cobijarse bajo la sombra de un árbol particular durante los
cálidos y soleados días de verano. Amigos y vecinos testificaron que fueron en
más de una ocasión las veces que le vieron pelear con lo que parecía su propia
sombra. Estas luchas continuarían por el resto de su vida. Fue un niño callado,
diferente y tímido, muchos dicen que a tan corta edad ya mostraba signos de una
profunda espiritualidad. Era piadoso, permanecía largas horas en la iglesia
después de Misa. Hizo hasta arreglos con el sacristán para que le permitiera
visitar al Señor en la Eucaristía, en los momentos en los cuales la iglesia
permaneciera cerrada.
Curado por los chiles
En tiempos en que el Padre era aún pequeño, la tifoidea era
una enfermedad mortal y el pequeño Francisco se vio al borde de la muerte a
consecuencia de ella. La fiebre le llego tan alta, que el mismo doctor le
informó a su madre que al pequeño Francisco le quedaban unas cuantas horas de
vida. La madre, aun con el dolor que experimentaba su corazón, debió continuar
sus labores domésticas y preparó, como de costumbre, alimentos para los
trabajadores que les ayudaban con sus tierras. La comida que Guiseppa preparó
fueron chiles fritos y los trabajadores no se los terminaron por ser tan
picosos. Al pequeño enfermo, el olor de los chiles le resultó muy apetecible y
en cuanto se encontró a solas, no pudiendo caminar, se arrastró hasta el lugar
en el que se encontraban los chiles que tanto le apetecían y se los comió
todos. Cuando terminó de comer, se regresó a su cama y sintió una gran sed.
Llamó a su hermano Miguel para que le trajera algo de tomar. Su hermano le
llevó una botella de leche y le sirvió un poco en una cuchara, como lo habían
estado haciendo. Francisco, tomó la botella y se la tomó toda para la sorpresa
de su hermano. Cuando su madre regresó más tarde a buscar los chiles, encontró
el plato vacío y no se imaginó que hubiese sido Francisco el que se los hubiese
comido. Aunque esta comida podría haber sido fatal para su salud, produjo
cambios radicales. Desde ese momento, Francisco se curó de la tifoidea y su
salud se restauró por completo.
Un milagro en su presencia
Un día, siendo aún pequeño, acompañó a su padre, Horacio, en
una peregrinación al Santuario de San Peregrino. La iglesia estaba llena de
fieles de todas partes. Francisco se arrodilló para orar al frente del
Santuario y observaba la angustia de una madre que se acercó al altar con un
niño deforme en sus brazos e imploraba al Santo que intercediera por la
sanación de su hijo. Mientras su padre se preparaba para salir de la Iglesia,
Francisco no se movía en profunda oración de intercesión por el niño. La madre
de este, en un arrebato de desesperación dijo en voz alta frente a la imagen
del Santo: “Cura a mi hijo, si no lo quieres curar, tómalo, yo no lo quiero” y
diciendo esto, arrojó al niño en el altar. En el preciso momento en que el niño
tocó el altar, éste sanó por completo. Esta experiencia del poder de la
oración, afianzó grandemente la confianza de Francisco en el poder de la
intercesión de los Santos.
Primeros estudios
Francisco tenía gran sed de aprender. Por no haber escuelas
en la villa, unos granjeros se voluntarizaron para enseñar a los niños del
área. Su mayor ambición era que los niños pudieran aprender a leer y los más
brillantes a escribir. La enseñanza se llevaba a cabo durante la noche por la
necesidad existente de trabajar, tanto adultos como niños durante el día.
Francisco estudiaba durante este tiempo. Otros niños preferían jugar, pero esto
no era una de sus prioridades. Su preferencia era siempre pasar la mayor parte
del tiempo en oración y estudiar en el tiempo destinado para el aprendizaje.
Padre Pío fue un niño disciplinado, que entendía el sacrificio que era para sus
padres patrocinar su tiempo de aprendizaje.
Estudios para prepararlo a la Vida Religiosa
Llegó el momento en el cual Francisco manifestará su deseo
de ser religioso. Su padre, al ver la limitación existente de educación en la
villa, emigró a los EstadosUnidos y a Jamaica buscando mejor
solvencia económica que le permitiera sufragar los gastos de educación para
Francisco. Sus padres, aunque humildes, recibieron gran sabiduría del Señor
para ver el camino que su hijo habría de seguir. Hicieron grandes sacrificios
para que se hiciera posible. Fue durante este tiempo en que su madre, Giuseppa,
hizo arreglos para que su hijo recibiera la formación necesaria para poder
ingresar en el seminario. La única posibilidad en ese momento era recibir
clases con Don Domenico Tizzani, un exsacerdote que habiendo abandonado el
ministerio, había contraído matrimonio. Don Domenico tenía la reputación de ser
muy buen maestro, pero algo pasaba con el joven Francisco que parecía tener un
bloqueo mental en su presencia. Doña Giuseppa buscó otro maestro para Francisco
y lo encontró en el maestro Angelo Cavacco. Con él, el joven Francisco avanzó
con gran rapidez y mostró tener gran capacidad.
Preparación para el Noviciado
Los días antes de entrar al seminario fueron días de
visiones del Señor, que le prepararían para grandes luchas. Jesús le permitió
ver a Francisco el campo de batalla, los obstáculos y enemigos. A un lado
habían hombres radiantes, con vestiduras blancas, al otro lado, inmensas
bestias espantosas de color oscuro. Era una escena aterradora y las rodillas
del joven Francisco comenzaron a temblar. Jesús le dice que se tiene que
enfrentar con la horrenda criatura, a lo que Francisco responde temeroso,
rogándole al Señor que no le pidiera cosa semejante de la cual no podría salir
victorioso. Jesús vuelve a repetir su petición dejándole saber que estaría a su
lado. Francisco entonces entra en un feroz combate, los dolores infligidos en
su cuerpo eran intolerables, pero salió triunfante. Jesús alertó a Francisco de
que entraría en combate nuevamente con este demonio a lo largo de toda su vida,
que no temiera: “Yo estaré protegiéndote, ayudándote, siempre a tu lado hasta
el fin del mundo”. Esta visión particular petrificó a Padre Pío por 20 años. El
día antes de entrar al Seminario, Francisco tuvo una visión de Jesús con su
Santísima Madre. En esta visión, Jesús posa Su mano en el hombro de Francisco,
dándole valor y fortaleza para seguir adelante. La Virgen María, por su parte,
le habla suavemente, sutil y maternalmente penetrando en lo más profundo de su
alma.
Ingreso en el Noviciado de Morcone
Padre Pío siempre caminó el sendero estrecho, no
permitiéndose lujos ni nada que le pudiera desviar de su relación con Jesús. A
los 15 años de edad, Francisco había adelantado lo suficiente como para entrar
al Seminario; sería Fraile Capuchino. Ingresó con la Orden Franciscana de
Morcone el 3 de enero de 1902. Quince días después de su entrada, el día 22 de
enero de 1902, Francisco recibió el hábito franciscano que está hecho en forma
de una cruz y percibió que desde ese momento su vida estaría “crucificada en
Cristo”, tomó además, por nombre religioso, Fray Pío de Pietrelcina en honor a
San Pío V. La Fraternidad Capuchina en la cual ingresó era una de las más
austeras de la Orden Franciscana y una de las más fieles a la regla original de
San Francisco de Asís. El ayuno y la penitencia eran prácticas habituales. El
Fraile Pío abrazó todas las formas de autoprivación, comiendo siempre muy poco,
en una ocasión se alimentó únicamente de la Eucaristía por 20 días y aunque
débil físicamente se presentaba a clases con preclara alegría. Fue una de las
mejores épocas de su vida: "Soy inmensamente feliz cuando sufro, y si
consintiera los impulsos de mi corazón, le pediría a que Jesús me diera todo el
sufrimiento de los hombres".
Primera bilocación
En 1905, solo dos años después de haber entrado al
Seminario, el Fraile Pío experimenta por primera vez la bilocación. Rezando
acompañado de otro fraile en el coro, una noche fría de enero, alrededor de las
11:00 de la noche, se encontró a sí mismo muy lejos, en una casa muy elegante
en la cual un padre de familia agonizaba en el mismo momento que su hija nacía.
Nuestra Santísima Madre se le apareció al Fraile Pío diciéndole: “Encomiendo
esta criatura a tus cuidados; es una piedra preciosa sin pulir. Trabaja en
ella, lústrala, hazla brillar lo más posible, porque un día me quiero adornar
con ella”. A lo que él contestó: “¿Cómo puede ser esto posible si soy un pobre
estudiante, y todavía ni siquiera sé si tendré la fortuna de llegar a ser
sacerdote? Y si no llegara a ser sacerdote, ¿cómo podría ocuparme de esta niña
estando tan lejos?”. La Virgen le contestó: “No dudes. Será ella quien venga a
ti, pero la conocerás de antemano en la Basílica de San Pedro”. Inmediatamente
se encontró de nuevo en el coro donde había estado rezando minutos antes.
Dieciocho años más tarde esta niña se presentó en la Basílica de San Pedro,
agobiada y buscando a un sacerdote con quien pudiera confesarse y recibir
dirección espiritual. Ya era tarde y la Basílica iba a cerrar, miró a su
alrededor y vio a un fraile entrar en el confesionario y cerrar la puerta. La
joven se le acercó y comenzó a compartirle sus problemas. El sacerdote absolvió
sus pecados y le dio la bendición. La joven en agradecimiento quiso besarle la
mano, pero al abrir el confesionario solo encontró una silla vacía. Un año
después, la joven fue en peregrinación a San Giovanni Rotondo. Padre Pío
caminaba por los pasillos de las celdas repletos de peregrinos y al ver a la
joven entre ellos, la señaló diciendo: “Yo te conozco, tu naciste el día que tu
padre murió”, la joven, sorprendida, esperó largo rato para poderse confesar
con el Padre y aclarar sus inquietudes. Padre Pío le recibe en el confesionario
con estas palabras: "Mi hija, has venido finalmente; he esperando tantos
años por ti!". La joven aún más sorprendida le manifestó que él estaba
equivocado, siendo ésta la primera vez que ella visitaba San Giovanni. A lo que
Padre Pío contestó: "Ya tú me conoces, viniste a mí el año pasado en la
Basílica de San Pedro". La joven se convirtió en su hija espiritual,
obedeciendo siempre a sus consejos. Se casó y formó una sólida y ejemplar
familia cristiana.
Ordenación Sacerdotal
El 10 de agosto de 1910, Padre Pío es ordenado sacerdote en
la Catedral de Benevento, Italia. La tarde de aquel día, escribe esta oración:
“Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y
una víctima perfecta”. El día de su ordenación, su padre se encontraba en
América, pero su madre, su hermano Miguel y su esposa, y sus tres hermanas le
acompañaron en ese día tan especial. Al finalizar la Santa Misa, su madre y sus
hermanos se acercaron a la baranda para recibir su primera bendición. Su madre
no podía contener sus lágrimas, tanto de la emoción como del dolor de pensar en
la ausencia de su esposo, cuyo sacrificio había hecho posible la ordenación de
su hijo. Como era la costumbre, el nuevo Padre celebraría su primera Misa en la
iglesia de su pueblo, en Santa María de los Ángeles. En la misma iglesia en la
que 23 años antes había sido bautizado, en donde había recibido la Primera
Comunión y el Sacramento de la Confirmación. El padre solía decirles a sus
hijos espirituales “Si ustedes desean asistir a la Sagrada Misa con devoción y
obtener frutos, piensen en la Madre Dolorosa al pie del Calvario”.
De regreso en Pietrelcina
Mientras más alto escalaba el joven sacerdote hacia la
perfección, más era asechado por el demonio. Y mientras más atormentado era por
Satanás, más crecía en fe y en amor al Señor. Poco después de su ordenación, le
volvieron las fiebres y los males que siempre le aquejaron durante sus
estudios, y fue enviado a su pueblo, Pietrelcina, para que se restableciera de
salud. Cada vez que se hacía el intento para restaurarlo a la vida religiosa
dentro del monasterio, este fracasaba, pues su salud empeoraba. Su vida
sacerdotal en Pietrelcina incluía mucha oración acompañada de muchas funciones
religiosas, así como estudios teológicos, catecismo para los niños del pueblo y
reuniones con individuos y familias. Durante este período en Pietrelcina, su
antiguo profesor, el ex sacerdote Tizzani, agonizaba. Su hija, viéndolo cerca a
la muerte, llamó al Padre Pío para que asistiera a su padre, quien
providencialmente pasaba por su casa en ese momento. El moribundo recibió del
Padre la gracia de Dios y la salvación eterna de su alma, hizo su confesión con
lágrimas de arrepentimiento y murió en paz.
Primera aparición de los estigmas
Durante su primer año de ministerio sacerdotal, en 1910, el
Padre Pío manifiesta los primeros síntomas de los estigmas. En una carta que
escribe a su director espiritual los describe así: “En medio de las manos
apareció una mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso
dolor. También debajo de los pies siento dolor”. Estos dolores en la manos y
los pies del Padre Pío, son los primeros recuentos de las estigmas que fueron
invisibles hasta el año 1918. Una vez el dolor que el Padre Pío experimentó fue
tan agudo, que se sacudió las manos, las cuales sentía que se le quemaban, a lo
que su madre le preguntó: “Que es eso?, es que ahora también tocas la
guitarra?”. El Padre se limitó a no responder. Este tiempo en su pueblo natal
fue un período de grandes combates espirituales con el demonio, pero también de
grandes consuelos a través de éxtasis y fenómenos místicos, tanto interiores
como exteriores, espirituales y físicos. El demonio solía aparecérsele de
distintas maneras. Algunas veces lo hacía en la apariencia de animales, de
mujeres bailando danzas impuras, de carceleros que lo azotaban e incluso bajo
la apariencia de Cristo Crucificado, de su Ángel de la Guarda, San Francisco de
Asís, la Virgen María, también bajo la apariencia de su director espiritual, su
provincial, etc. pero después de estos asaltos del demonio, era consolado con
éxtasis y apariciones de Jesús, la Santísima Virgen María, su Ángel Guardián,
San Francisco y otros santos. El día 12 de agosto de 1912 experimentó por
primera vez la “llaga del amor”. El Padre Pío le escribió a su director
espiritual explicándole lo sucedido: “Estaba en la Iglesia haciendo mi acción
de gracias después de la Santa Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido
por un dardo de fuego hirviendo en llamas y yo pensé que me iba a morir”. Por
siete años, Padre Pío permanece fuera del Convento, en Pietrelcina.
Naturalmente, esta vida estaba en contraste con la regla franciscana y algunos
hermanos frailes se quejaron de esto. Fue entonces cuando el Superior General
de la Orden pidió a la Sagrada Congregación de los Religiosos la exclaustración
del P. Pío. Fue un golpe muy duro para él y en un éxtasis se quejó con San
Francisco de Asís. La Congregación de los Religiosos no escuchó la solicitud
del Superior General y concedió que el Padre Pío siguiera viviendo fuera del
convento, hasta que estuviera completamente restablecida su salud.
De regreso a la vida monástica
El día 17 de febrero de 1916, el Padre Pío salió de
Pietrelcina rumbo a Foggia, donde los superiores lo llamaron para dar un
servicio espiritual. Gracias a las oraciones de Rafaelina Cerase, una señora
muy enferma y cercana a la muerte, el Padre Pío puede regresar definitivamente
a la vida comunitaria. Esta buena señora se ofreció a Dios como víctima para que
el Padre pudiese oír confesiones y con ello traer gran beneficio a las almas.
Aunque el Padre nunca más pudo regresar a Pietrelcina, su amor por ella nunca
disminuyó. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Padre, refiriéndose a su
pueblo dijo: “Pietrelcina será preservada como la niña de mis ojos”. Y antes de
morir, hablando proféticamente dijo: “Durante mi vida he favorecido a San
Giovanni Rotondo. Después de mi muerte, favoreceré a Pietrelcina”.
Primera visita a San Giovanni Rotondo
El día 28 de julio de 1916, el Padre Pío llega a San
Giovanni Rotondo por primera vez. San Giovanni Rotondo era en ese entonces una
pequeña villa en la península del Gargano, rodeada por casas muy pobres, sin
luz, sin agua potable ni cañería, sin caminos pavimentados y sin formas de
comunicación modernos, muy parecido a la forma de vida en las villas pequeñas
de aquel entonces. El monasterio se encontraba a unos dos kilómetros del pueblo
y para llegar a este, era necesario ir en mula. El monasterio contaba con una
pequeña y rústica Iglesia de Nuestra Señora de la Gracia del siglo XIV.
Regreso permanente a San Giovanni Rotondo
Padre Pío fue invitado a San Giovanni por el Padre Guardián
y su breve visita fue del 28 de julio al 5 de agosto. Durante esta visita, la
salud del Padre parece haber mejorado un poco lo cual agradó al Padre
Provincial y este lo mandó bajo obediencia a regresar a San Giovanni por un
tiempo, hasta que mejorase más su salud. El Padre regresó al Monasterio del
Gargano el día 4 de septiembre de 1916. En los designios del Señor, lo que en
un inicio se pensó sería temporal, duró 52 años, hasta la muerte del Padre.
Experiencia Militar
El Padre Pío fue llamado a las filas militares tres veces
durante la Primera Guerra Mundial y las tres veces fue regresado luego de un
corto período por motivos de salud. La última vez que fue llamado, su salud
desmejoró tanto, que los mismos médicos le dieron de baja para “permitirle
morir en paz en su hogar”. Las cortas permanencias en las filas militares causaron
en él grandes dolores en su alma, a causa de la dureza de los soldados, las
blasfemias que escuchó y el verse alejado de la vida monástica. Otro gran dolor
era el no poder ofrecer la Santa Misa todos los días. El Padre fue dado de baja
de las filas militares con papeles que atestiguaban su buena conducta, su honor
y fidelidad a la patria, aunque se salvó de haber confrontado cargos de
deserción por no presentarse a una cita, a causa de un error del cartero de San
Giovanni Rotondo. Este no sabía que Francisco Forgione y el Padre Pío eran la
misma persona y por ello no supo a quién darle la cita.
El seminario menor
El Padre Pío sirvió como padre espiritual de los jóvenes que
formaban parte del seminario seráfico menor, que en ese momento estaba en San
Giovanni Rotondo. Él se encargaba de proveerles meditaciones, de confesarlos y
de tener conversaciones espirituales con ellos. Oraba mucho y vigilaba su
avance espiritual y hasta llegó a pedir permiso para ofrecerse como víctima al
Señor por la perfección de este grupo a quienes como él mismo decía “amaba con
ternura”. Un día en que daba un paseo con los jóvenes les dijo: “Uno de ustedes
me traspasó el corazón”. Los jóvenes quedaron perplejos ante este comentario,
pero no se atrevían a preguntar quién había sido el culpable. “Uno de ustedes
esta mañana hizo una Comunión sacrílega. Y saber que fui yo el que se la dio
hoy durante la Misa”. El joven culpable se arrojó a sus pies y confesó ser él
el culpable. El Padre hizo seña a los demás para que se retiraran un poco y ahí
mismo en la calle escuchó su confesión y lo restauró a la gracia de Dios.
Transverberación del corazón
La transverberación es una gracia extraordinaria que
algunos santos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz han recibido.
El corazón de la persona escogida por Dios es traspasado por una flecha
misteriosa o experimentado como un dardo que al penetrar deja tras de sí una
herida de amor que quema mientras el alma es elevada a los niveles más altos de
la contemplación del amor y del dolor. El Padre Pío recibió esta gracia
extraordinaria el 5 de agosto de 1918. En gran simplicidad, el Padre le narró a
su director espiritual lo sucedido: “Yo estaba escuchando las confesiones de
los jóvenes la noche del 5 de agosto cuando, de repente, me asusté grandemente
al ver con los ojos de mi mente a un visitante celestial que se apareció frente
a mí. En su mano llevaba algo que parecía como una lanza larga de hierro, con
una punta muy aguda. Parecía que salía fuego de la punta. Vi a la persona
hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude quejarme y sentí como que
me moría. Le dije al muchacho que saliera del confesionario, porque me sentía
muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este martirio duró sin
interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde ese día siento una gran
aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía.”
Las estigmas de Cristo
Sin duda alguna lo que ha hecho famoso al Padre Pío es el
fenómeno de los estigmas: las cinco llagas de Cristo crucificado que llevó en
su cuerpo visiblemente durante 50 años. Un poco más de un mes después de haber
recibido el traspaso del corazón, el Padre Pío recibe las señas, ahora
visibles, de la Pasión de Cristo. El Padre describe este fenómeno y gracia
espiritual a su director por obediencia: “Era la mañana del 20 de septiembre de
1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa
y sentí poco a poco que me elevaba a una oración siempre más suave, de pronto
una gran luz me deslumbró y se me apareció Cristo que sangraba por todas
partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas
que me herían los pies, las manos y el costado.Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las
manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder
todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el
Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente
en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra
vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”. Los estigmas
del Padre Pío eran heridas profundas en el centro de las manos, de los pies y
el costado izquierdo. Tenía manos y pies literalmente traspasados y le salía
sangre viva de ambos lados, haciendo del Padre Pío el primer sacerdote
estigmatizado en la historia de la Iglesia (San Francisco Asís no era
sacerdote). El provincial de los Capuchinos de Foggia invitó al Profesor
Romanelli, médico y director de un prestigioso hospital, para que estudiara el
caso y diera su parecer. El Doctor Romanelli no tuvo la menor duda del carácter
sobrenatural del fenómeno. Poco después la Curia Generalicia de los Capuchinos
en Roma envió a San Gionanni Rotondo a otro especialista, el profesor Jorge
Festa. Sus conclusiones fueron que “los estigmas del Padre Pío tenían un origen
que los conocimientos científicos estaban muy lejos de explicar. La razón de su
existencia está mas allá de la ciencia humana”. La noticia de que el Padre Pío
tenía los estigmas se extendió rápidamente. Muy pronto miles de personas
acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besarle sus manos, confesarse con él
y asistir a sus Misas. La palabra ESTIGMA viene del griego y significa “marca”
o “señal en el cuerpo”, y era el resultado del sello de un hierro candente con
el cual marcaban a los esclavos. En sentido médico, estigma quiere decir una
mancha enrojecida sobre la piel, que es causada porque la sangre sale de los
vasos por una fuerte influencia nerviosa, pero nunca llega a ser perforación.
En cambio los estigmas que han tenido los místicos son lesiones reales de la
piel y de los tejidos, llagas verdaderas como, en este caso, las han descrito los
doctores Romanelli y Festa.
La Santa Sede interviene en las investigaciones
Después de minuciosas investigaciones, la Santa Sede quiso
intervenir directamente. En aquel entonces era una gran celebridad en materia
de psicología experimental, el Padre Agustín Gimelli, franciscano, doctor en
medicina, fundador de la Universidad Católica de Milán y gran amigo del Papa
Pío XI. El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío, pero como no llevaba
permiso escrito para examinar sus llagas, este rehúso a mostrárselas. El Padre
Gimelli se fue de San Giovanni con la idea de que los estigmas eran falsos, de
naturaleza neurótica y publicó su pensamiento en un artículo publicado en una
revista muy popular. El Santo Oficio se valió de la opinión de este gran
psicólogo e hizo público un decreto el cual declaraba la poca constancia en la
sobrenaturalidad de los hechos.
Primera gran prueba. Diez años de aislamiento
En los años siguientes hubo otros tres decretos y el último
fue condenatorio, prohibiendo las visitas al Padre Pío o mantener alguna
relación con él, incluso epistolar. Como consecuencia, el Padre Pío pasó 10
años -de 1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior, entre la
paredes de su celda. Durante estos años no solo sufría los dolores de la Pasión
del Señor en su cuerpo, también sentía en su alma el dolor del aislamiento y el
peso de la sospecha. Su humildad, obediencia y caridad no se desmintieron
nunca.
El Sacrificio de la Misa
El Padre Pío se levantaba todas la mañanas a las tres y
media y rezaba el oficio de las lecturas. Fue un sacerdote orante y amante de
la oración. Solía repetir: “La oración es el pan y la vida del alma; es el
respiro del corazón, no quiero ser más que esto, un fraile que ama”. Celebraba
la Santa Misa en las mañanas acompañado de dos religiosos. Todos
querían verlo y hasta tocarlo, pero su presencia inspiraba tanto respeto que
nadie se atrevía a moverse en lo más mínimo. La Misa duraba casi dos horas y
todos los presentes se sumergían de forma particular en el misterio del
sacrificio de Cristo, multitudes se volcaban apretadas alrededor del altar
deteniendo la respiración. Aunque no existe diferencia esencial en la
celebración de la Santa Misa de cualquier otro sacerdote, porque el sacerdote y
la víctima es siempre Cristo, con el Padre Pío la imagen del Salvador
-traspasado en sus manos, pies y costado- era más transparente. El Padre Pío
vive la Santa Misa, sufriendo los dolores del Crucificado y dando profundo
sentido a las oraciones litúrgicas de la Iglesia. En los anales de la Iglesia,
Padre Pío es el primer sacerdote estigmatizado; el fue esencialmente sacerdote,
y su santidad fue esencialmente sacerdotal. Toda su vida giraba alrededor de
esta realidad en la cual prestaba su boca a Cristo, sus manos y sus ojos.
Cuando decía: "Esto es mi Cuerpo...Esta es mi Sangre", su rostro se
transfiguraba. Olas de emoción lo sacudían, todo su cuerpo se proyectaba en una
muda imploración. “La Misa”, dijo una vez a un hijo espiritual, “es Cristo en
al Cruz, con María y Juan a los pies de la misma y los ángeles en adoración.
Lloremos de amor y adoración en esta contemplación”. Mientras el Padre
celebraba el Santo Sacrificio, el tiempo parecía detenerse. Una vez se le
preguntó al Padre cómo podía pasar tanto tiempo de pie en sus llagas durante
toda la Santa Misa, a lo que él respondió: “Hija mía, durante la Misa no estoy
de pie: estoy suspendido con Jesús en la cruz”. El Padre amaba a Jesús con
tanta fuerza, que experimentaba en su propio cuerpo una verdadera hambre y sed
de Él. “Tengo tal hambre y sed antes de recibir a Jesús, que falta poco para
que muera de la angustia. Y precisamente, porque no puedo estar sin unirme a
Jesús, muchas veces, aun con fiebre, me veo obligado a ir a alimentarme de su
cuerpo”... “El mundo, solía decir el Padre Pío, puede subsistir sin el sol,
pero nunca sin la Misa”. En una ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen
María estaba presente durante la Santa Misa, a lo cual él respondió: “Sí, ella
se pone a un lado, pero yo la puedo ver, qué alegría. Ella está siempre presente.
¿Como podría ser que la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie de la
cruz, que ofreció a su Hijo como víctima por la salvación de nuestras almas, no
esté presente en el calvario místico del altar?”.
Mártir del Sacramento de la Misericordia
Quien participara en la celebración Eucarística del Padre
Pío no podía quedar tranquilo en su pecado. Después de la Santa Misa, el Padre
Pío se sentaba en elconfesionario por largas horas, dándole
preferencia a los hombres, pues él decía que eran los que más necesitaban de la
confesión. Al ser tantos los que acudían a la confesión, fue necesario
establecer un orden, y confesarse con el Padre Pío podía tomarse fácilmente
tres o cuatro días de espera. Son muchos los impresionantes testimonios y las
emotivas conversiones generadas a través de las Confesiones con el Padre Pío.
Severo con los curiosos, hipócritas y mentirosos, y amoroso y compasivo con los
verdaderamente arrepentidos. Uno de los dones que más impresionaba a la gente
era que podía leer los corazones. Una vez se le preguntó al Padre por qué
echaba a los penitentes del confesionario sin darles la absolución, a lo que él
respondió: “Los echo, pero los acompaño con la oración y el sufrimiento, y
regresarán”. El enojo era solamente superficial. A un hermano le explicó una
vez: “Hijo mío, sólo en lo exterior he asumido una forma distinta. Lo interior
no se ha movido para nada. Si no lo hago así, no se convierten a Dios. Es mejor
ser reprochado por un hombre en este mundo, que ser reprochado por Dios en el otro”.
Un ejemplo de ello sucedió un día en que el Padre se encontró con un joven que
lloraba sin importarle el gentío que lo rodeaba. El Padre se le acercó y le
preguntó el porqué de su llanto. El muchacho respondió que “lloraba, porque no
le había dado la absolución”. Padre Pío lo consoló con ternura diciendo: “Hijo,
ves, la absolución no es que te la he negado para mandarte al infierno sino al
Paraíso”.
El apostolado de la alegría
El Padre Pío era un hombre muy duro contra todo tipo de
pecado, pero tierno, jovial y amante de la vida. Era un conversador brillante,
con la astucia para mantener en suspenso a sus oyentes. Le gustaban mucho los
chistes, y en su repertorio, no faltaban los que se referían a los soldados,
políticos y religiosos. De la boca del Padre Pío, el chiste y la anécdota no
eran solo sano humorismo y simple distracción, sino también una especie de
apostolado: el apostolado de la alegría y el buen humor. Una tarde calurosa, en
que paseaba, como frecuentaba hacer con sus hermanos e hijos espirituales, les
contó esta anécdota: “Una vez entró de monje un joven juglar que no conseguía
cantar los salmos ni rezar las oraciones con los hermanos, pero en cuanto el
coro quedaba vacío, se acercaba a la estatua de la Santísima Virgen y le hacía
piruetas para congraciarse con ella y con el Niño Jesús. Una vez lo vio el
fraile sacristán y avisó al Abad. Este después de haberlo observado un rato, se
maravilló de ver que la estatua de la Virgen tomó vida. María sonreía y el Niño
Jesús aplaudía con sus manitas. Cada uno de nosotros, decía el Padre, hace de
bufón en el puesto que Dios le ha asignado. El fraile más ignorante, ofrecía a
la Reina del Cielo lo único que sabía hacer, y Ella lo aceptaba con gusto”.
Auxilio seguro
A muchos que acudían a él para pedir su intercesión en
momentos de necesidad, el Padre no faltaba en darles una mano con su oración.
En una ocasión contaba un monseñor que a un campesino conocido de él, al cual
le vino un fuerte y repentino dolor de muelas una noche, en su desesperación
por sentirse que el Padre no había escuchado su súplica de intercesión, tomó un
zapato y lo arrojó contra el cuadrito en el que estaba la foto del Padre.
Pasado el tiempo y habiendo olvidado el gesto irreverente, fue a confesarse con
el Padre, el cual le replicó en el confesionario: “Y todavía tienes el coraje,
después del zapatazo que me distes en la cara...”.
Sanación milagrosa
Una de las sanaciones más conocidas del Padre Pío fue la de
una niña llamada Gema, que había nacido sin pupilas en los ojos. La abuelita de
ésta la llevó a San Giovanni Rotondo con la esperanza de que el Señor obrara un
milagro a través de la intercesión del Padre. El Padre la bendijo e hizo la
señal de la cruz sobre sus ojos. La niña recuperó la vista, aunque el milagro
no terminó allí. Gema vio desde ese momento, sin nunca tener pupilas. Ya de
adulta, Gema entró en la Vida Religiosa.
El Padre y los niños
El Padre tenía también un gran amor por los niños. Cuando se
le pedía la intercesión por el nacimiento de algún bebé que viniese con
problemas, o por algún niño que estuviese enfermo, intercedía hasta conseguir la gracia. Un
canciller a cuya esposa se le aproximaba el parto que se presentaba lleno de
dificultades, fue a consultar con el Padre y a pedir sus oraciones. “Vete
tranquilo, le dijo el Padre, y nada de operaciones”. En el momento del parto la
situación se complicó y los médicos le dijeron que si no operaban enseguida
temían por la vida, tanto de la madre como del bebé. El canciller desesperado
se fue al cuarto que estaba al lado donde había una fotografía del Padre Pío en
la pared y delante de ella comenzó a insultarlo y a decirle palabrotas. No había
terminado de desahogarse cuandoescuchó el llanto de un bebé. Salió corriendo
hacia el cuarto de su esposa y encontró un hermoso varoncito nacido “sin
operaciones”, para sorpresa de los médicos. Después de algunos días, el
canciller fue a San Giovanni a confesarse y a darle las gracias al Padre, el
cual le respondió: “Está bien, pero todas las palabrotas y los insultos que
dijiste delante de mi fotografía, no tienes que decirlos más”. En otra ocasión,
un niño de San Giovanni Rotondo que estaba gravemente enfermo y el cual se
esperaba que podía morir en cualquier momento, se echó a reír y recuperó la
salud de forma casi instantánea. La madre le preguntó que qué sentía y el niño
le respondió: “Mamá, Padre Pío me hizo cosquillas en el pie”. El Padre le había
hecho cosquillas en el pie y se sanó.
Hijos espirituales
El Padre Pío tenía entre aquellos que se lo solicitaban, un
grupo de hijos espirituales a quienes prometía asistir con sus oraciones y
cuidados a cambio de llevar una vida fervorosa de oración, virtud y obras de
caridad. Entre este grupo de devotos hay un sinnúmero de anécdotas en las que
el cuidado real y oportuno del Padre se manifestó de forma extraordinaria.
Entre estas anécdotas está la de un joven cuya madre lo llevaba a donde el
Padre desde que este era muy pequeño y un día, saliendo del convento para tomar
el autobús de regreso a casa, un coche lo atropelló por la espalda haciendolo
volar por los aires. Mientras este volaba sobre el coche, viendo la imagen de
la Virgencita del convento al revés, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Solo logró gritar: “Virgencita mía, ayúdame”. Lo llevaron de inmediato al
hospital y todos los exámenes mostraban que todo estaba en orden, aunque no se
explicaban de dónde provenía la sangre que había en su camisa. En cuanto este
pudo salió corriendo hacia el convento para darle las gracias al Padre que
estaba rezando en el coro. “No me des las gracias a mí, le respondió el Padre,
dáselas a la Virgen, fue Ella”. Después de mirarlo con los ojos llenos de amor y
con una gran sonrisa en los labios, le dijo: “Hijo mío, no te puedo dejar solo
ni un minuto...”.
Llamado a la Co-redención
La vida del Padre Pío está tan llena de acontecimientos
extraordinarios que es necesario buscar las causas de ellos en su vida íntima.
Quien es llamado a servir en la misión redentora de Jesucristo tiene que sufrir
mucho moral y físicamente. Estos sufrimientos lo purifican y encienden cada vez
más del amor de Dios. En una carta escrita por el Padre en 1913 decía: “El
Señor me hace ver como en un espejo, que toda mi vida será un martirio”. Desde
que ingresó a la vida religiosa hasta que recibió los estigmas, la vida del Padre Pío fue un vía
crucis. En 1912 escribe: “Sufro, sufro mucho pero no deseo para nada que mi
cruz sea aliviada, porque sufrir con Jesús es muy agradable”. A una hija
espiritual le dijo un día: “El sufrimiento es mi pan de cada día. Sufro cuando
no sufro. Las cruces son las joyas del Esposo, y de ellas soy celoso. ¡Ay de
aquel que quiera meterse entre las cruces y yo!”.
Su proyecto más grande en la tierra
La tarde del 9 de enero de 1940, el Padre Pío reunió a tres
de sus grandes amigos espirituales y les propuso un proyecto al cual él mismo
se refirió como “su obra más
grande aquí en la tierra”: la fundación de un hospital que
habría de llamarse “Casa Alivio del Sufrimiento”. El Padre sacó una moneda de
oro de su bolsillo que había recibido en una ocasión como regalo y dijo: “Esta
es la primera piedra”. El 5 de mayo de 1956 se inauguró el hospital con la
bendición del cardenal Lercaro y un inspirado discurso del Papa Pío XII. La
finalidad del hospital es curar al enfermo tanto espiritual como físicamente:
la fe y la ciencia, la mística y la medicina, todos de acuerdo para auxiliar la
persona entera del enfermo: cuerpo y alma.
Grupos de Oración
“Lo que le falta a la humanidad, repetía con frecuencia, es
la oración”. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mismo Padre funda los
“Grupos de Oración del Padre Pío”. Los Grupos se multiplicaron por toda Italia
y el mundo. A la muerte del Padre los Grupos eran 726 y contaban con 68.000
miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1.400 grupos con más de 150.000
miembros. “Yo invito a las almas a orar y esto ciertamente fastidia a Satanás.
Siempre recomiendo a los Grupos la vida cristiana, las buenas obras y,
especialmente, la obediencia a la Santa Iglesia”.
Segunda prueba y persecución
La envidia humana se echó encima de la obra del Padre Pío.
Desde 1959, periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes
mezquinos y calumniosos contra la “Casa Alivio del Sufrimiento”. Para quitar al
Padre los donativos que le llegaban de todas partes del mundo para el
sostenimiento de la Casa, sus enemigos planearon una serie de documentaciones
falsas y hasta llegaron, sacrílegamente, a colocar micrófonos en su
confesionario para sorprenderlo en error. Algunas oficinas de la Curia Romana condujeron
investigaciones, le quitaron la administración de la Casa Alivio del
Sufrimiento y sus Grupos de Oración fueron dejados en el abandono. A los fieles
se les recomendó no asistir a sus Misas ni confesarse con él. El Padre Pío
sufrió mucho a causa de esta última persecución que duró hasta su muerte, pero
su fidelidad y amor intenso hacia la Santa Madre Iglesia fue firme y constante.
En medio del dolor que este sufrimiento le causaba, solía decir: “Dulce es la
mano de la Iglesia también cuando golpea, porque es la mano de una madre”.
50 años de dolor y sangre
El viernes 20 de septiembre de 1968, el Padre Pío cumplía 50
años de haber recibido los estigmas del Señor. Fue grande la celebración en San
Giovanni. El Padre Pío celebró la Misa a la hora acostumbrada. Alrededor del
altar había 50 grandes macetas con rosas rojas para sus 50 años de sangre... De
la misma manera milagrosa como los estigmas habían aparecido en su cuerpo 50
años antes, ahora, 50 años más tarde y unos días antes de su muerte, habían desaparecido
sin dejar rastro alguno de cinco décadas de dolor y sangre, con lo cual el
Señor ha confirmado su origen místico y sobrenatural.
El paso a la vida eterna
Tres días después, murmurando por largas horas “¡Jesús,
María!”, muere el Padre Pío, el 23 de septiembre de 1968. Los que estaban
presentes quedaron largo tiempo en silencio y en oración. Después estalló
un largo e irrefrenable llanto. Los funerales del Padre Pío fueron
impresionantes. Se tuvo que esperar cuatro días para que las multitudes pasaran
a despedirlo. Se calcula que más de 100 mil personas participaron del entierro.
Una promesa de amor
Un día se le preguntó al Padre: “¿Jesús le mostró los
lugares de sus hijos espirituales en el paraíso?”. “Claro, un lugar para todos
los hijos que Dios me confiará hasta el fin del mundo, si son constantes en el
camino que lleva al cielo. Es la promesa que Dios hizo a este miserable”. “Y en
el paraíso, ¿estaremos cerca de usted?”. “Ah tontita, ¿y qué paraíso sería para
mí si no tuviera cerca de mí a todos mis hijos?”. “Pero yo le tengo miedo a la
muerte”. “El amor excluye el temor. La llamamos muerte, pero en realidad es el
inicio de la verdadera vida. Y luego, si yo les asisto durante la vida, ¡cuánto
más los ayudaré en la batalla decisiva!”.
Proceso de la Causa del Padre Pío
Muchas han sido las sanaciones y conversiones concedidas por
la intercesión del Padre Pío e innumerables milagros han sido reportados a la
Santa Sede. Los preliminares de su Causa se iniciaron en noviembre de 1969. El
18 de diciembre de 1997, Su Santidad Juan Pablo II lo pronunció venerable. Este
paso, aunque no tan ceremonioso como la beatificación, es ciertamente la parte
más importante del proceso. El venerable Padre Pío fue beatificado el 2 de mayo
de 1999. Tan grande fue la multitud en la Misa de beatificación, que
desbordaron la Plaza de San Pedro y toda la Avenida de la Conciliación hasta el
río Tiber sin ser estos lugares suficiente. Millones además lo contemplaron por
la televisión en el mundo entero.
Un gran Santo para la Iglesia de hoy
El día 16 de junio del 2002, su Santidad Juan Pablo II
canonizó al Beato Padre Pío, quien desde ese momento pasó a ser el primer
sacerdote canonizado que ha recibido los estigmas de nuestro Señor Jesucristo.
Su cuerpo se encuentra incorrupto.